Siempre me ha desconcertado la sabiduría de los árboles. ¿Cómo pierden sus hojas en el invierno sin desesperarse? Simplemente las dejan caer, una por una. Las sueltan para preparar otras nuevas. Al ver esto, me pregunto: ¿puedo usar el mismo principio para soltar lo que ya no me sirve? ¿Puedo soltar los recuerdos que no tienen importancia para mi vida actual?

Podemos usar la sabiduría de la naturaleza para soltar la amargura, el dolor y el sufrimiento emocional. Piensa en los árboles y en la sencillez con la que se dejan ir, en la que dejan caer las riquezas de una estación, en la que sin pena (parece) pueden dejarse ir y adentrarse en sus raíces para renovarse y dormir… Imita a los árboles. Aprende a perder para recuperarte y recuerda que nada permanece igual por mucho tiempo, ni siquiera el dolor psíquico.

Relájate. Deja que todo pase. Déjalo ir.

Un árbol no lucha contra el viento ni contra su proceso de evolución. Se dobla. Se deja ir. Las hojas caen, pero el árbol sigue vivo. Esperando pacientemente para disfrutar de otra estación. Los árboles tienen mucho que enseñar: lecciones de paciencia, resiliencia, dejarse ir y renovarse.

Los árboles no lamentan las estaciones. No se aferran a las hojas ni resienten el invierno. Confían en el proceso. Se aferran a la vida que hay debajo. A sus raíces. Descansan. Yo rara vez lo hacía en el pasado. Me aferraba al dolor, a la gente, a las cosas que no podía controlar. Cuanto más pensaba en experiencias pasadas que me causaron dolor, más tiempo permanecía en mi cabeza. El proceso me causaba más estrés. Tenía más dolores de cabeza.

El dolor seguirá apareciendo en el presente hasta que intentemos tomar el control conscientemente. Una experiencia mala o dolorosa se sentirá eterna hasta que te recuerdes a ti mismo que no lo es. El dolor pasado se siente real en el ahora. Pero es el pasado. Duele. Sí. Pero ¿ayuda a tu vida ahora? Podemos aprender a dejarlo ir recordándolo menos. Déjalo pasar. El árbol no obliga a las hojas a quedarse. No apresura los brotes en primavera. Confía en el tiempo.

Todo es flujo. Todo está cambiando. Nada permanece igual, ni la alegría ni la tristeza. Pero luchamos contra esta verdad. Intento congelar el tiempo, aferrarme a los pensamientos y recuerdos que me roban tiempo. Mi instinto me dice que me resista. Aferrarse a lo que se ha ido. Pero ese instinto empeora las cosas. El dolor se hace más fuerte. Se vuelve más poderoso. Las luchas se prolongan más. Cuanto más me aferro al dolor, más sufro.

Las cosas que dejamos atrás a menudo volverán. Las cosas que nos preocupan ahora a menudo volverán. Cada vez que soportamos el ciclo, subimos un nivel. Aprendemos de la última vez y hacemos algunas cosas mejor esta vez; desarrollamos trucos de la mente para ayudarnos a superarlo. Así es como se logra el progreso. Mientras tanto, solo podemos lidiar con lo que tenemos frente a nosotros en este momento. Con los años he aprendido a reprogramar mi cerebro.  

Dejar ir crea espacio. Espacio para la curación. Espacio para el crecimiento. Dejar ir el resentimiento crea espacio para el perdón. Dejar ir el miedo crea espacio para el coraje. La pérdida no es el final. Es un comienzo. El dolor, como las estaciones, pasará.

Los árboles nos muestran un camino mejor. Los árboles nos recuerdan que debemos fluir con la vida, no luchar contra ella. Es la confianza en lo que está por venir. Dejar ir es un paso necesario para la renovación. Los árboles pierden sus hojas, pero no se pierden a sí mismos. Confían en los ciclos de la vida. Vuelven a sus raíces (la verdadera fuerza), preparándose para lo que viene después.

Imitar a los árboles parece imposible. Dejar ir se siente como una rendición. Los árboles nos muestran que es algo completamente diferente. Es recuperación. Renovación. Se quedan en silencio, descansan y esperan. La curación lleva tiempo. El crecimiento es un proceso. El dolor se vuelve más fácil si no te detienes en él.

Nada permanece igual por mucho tiempo, ni siquiera el dolor. El dolor parece eterno, pero está pasando. Lentamente, disminuye. Lentamente, algo nuevo toma su lugar. Pero solo si confías en el proceso y lo dejas ir. Como la primavera después del invierno. Como los brotes después del otoño.

He dejado ir cosas sin las que pensé que no podría vivir. Relaciones, objetivos específicos, la vida que pensé que tendría e incluso partes de mí mismo. Al principio, sentí que lo perdía todo. Con el tiempo, lo vi de otra manera. Cada pérdida dejaba espacio para algo nuevo. Un nuevo yo. Cada final traía consigo un comienzo que no esperaba. Dejar ir parece arriesgado. Es como ceder el control. Pero al dejar ir, todo se hace.

Perder puede ser un regalo. Nos quita lo que ya no me sirve. Nos enseña a mantenernos fuerte, incluso despojados de todo (como un árbol en invierno) y a confiar en el futuro. Nada es permanente: ni la alegría, ni la tristeza, ni siquiera ningun ser. Dejar ir no elimina el dolor, pero hace que el presente sea más fácil. La entrega es la manera en que creamos espacio para ser libres. Dejar ir no es fácil, pero es necesario. Es la manera en que crecemos. Es la manera en que podemos experimentarnos a nosotros mismos en el presente.

Existir es cambiar, cambiar es madurar, madurar es seguir creándose a uno mismo sin fin.

Mi gratitud por leer y que tengas un día maravilloso.

Patricio Varsariah.