Existe una sustancia química en nuestro cerebro que nos hace querer más que nos controla y que se la define como el poder del deseo.  Más estimulación sensorial, más cosas, más emoción y más de todo lo que no necesariamente necesitamos. Esta sustancia se la denomina la “dopamina” que es la fuente de todos nuestros impulsos, desde el deseo de amor y conexión hasta la necesidad de control y poder. Pero el problema es que la dopamina nunca está satisfecha. Siempre quiere más, sin importar cuánto le demos. La dopamina es un arma de doble filo. Si no la controlamos, nos lleva por caminos de adicción, ansiedad e insatisfacción. 

La dopamina no es necesariamente mala. También nos impulsa a hacer cosas, lograr, explorar o invertir en nuevas experiencias. Pero cuando comienza a gobernar nuestras vidas y nos mantiene atrapados en un ciclo de querer siempre más, necesitamos dar un paso atrás y reevaluar.

Tomemos las redes sociales, por ejemplo. Publicamos algo, obtenemos algunos me gusta y nos sentimos bien por un segundo. Pero no dura. Terminamos volviendo una y otra vez, esperando más interacción. Esa es la dopamina moviendo los hilos. Recibimos una pequeña dosis y luego queremos más, aunque esa dosis nunca nos satisface del todo. Lo mismo ocurre con las compras interminables por Internet. Pensamos: "Lo próximo que compre me hará sentir genial", pero tan pronto como llega, ya estamos buscando el siguiente artículo.

La dopamina es la fuerza que nos hace ver series en exceso. También es la razón por la que la gente revisa sus teléfonos al menos 144 veces al día. La dopamina no solo tiene que ver con el placer. Tiene más que ver con el deseo.

Pero, ¿cómo funciona? La dopamina nos hace sentir emocionados por la anticipación de una recompensa, no necesariamente por la recompensa en sí. Cuando pienso en eso, tiene sentido por qué podemos quedar atrapados en ciclos de querer más. Recibes una notificación en tu teléfono y, por una fracción de segundo, te sientes emocionado. Luego se desvanece y quieres volver a mirar. La dosis de dopamina no proviene del mensaje en sí, sino del potencial de algo emocionante. Y ese es el problema. Quedamos atrapados en la próxima euforia. Siempre estamos buscando más, pero nunca nos sentimos realmente satisfechos.

A la dopamina no le importa la satisfacción. Solo quiere lo siguiente. El mundo es rico en sensaciones y pobre en causas. La dopamina está en todas partes. Las redes sociales, las plataformas de streaming, las compras en línea... todas se alimentan de ella. Están diseñadas para mantenernos enganchados, dándonos pequeñas ráfagas de dopamina con cada “me gusta”, cada nuevo episodio, cada compra. 

No es de extrañar que seamos adictos a nuestros dispositivos, siempre deseando más estimulación. Busco mi teléfono sin siquiera pensarlo. Abro una aplicación, me desplazo un poco, la cierro y luego abro otra. Ni siquiera busco nada específico. Es solo esa necesidad constante de contenido nuevo. Es agotador.

Sin embargo, la dopamina no solo tiene que ver con las distracciones digitales. También es lo que nos impulsa en otras áreas de la vida: carreras, relaciones e incluso nuestros objetivos personales. Queremos el próximo ascenso, el próximo gran logro y el próximo punto álgido en nuestra relación. Siempre estamos buscando algo mejor o diferente. Pero, de nuevo, a la dopamina no le importa la felicidad. Solo quiere que sigamos queriendo más.

En las relaciones, las personas se dejan llevar por la emoción de algo nuevo. La dopamina hace que se concentren en la emoción de las cosas nuevas y llenas de posibilidades. Pero cuando esa emoción se desvanece, comienzan a buscarla en otro lado. Es por eso que algunas personas saltan de una relación a otra, siempre buscando ese punto álgido inicial.

Incluso en las amistades y las interacciones sociales, la dopamina hace que te concentres más en obtener la validación de los demás en lugar de disfrutar de la compañía de tus conexiones sociales. Quieres aprobación, me gusta, comentarios... todo lo que te dé ese pico rápido de dopamina. Pero esas cosas son solo distracciones superficiales.

En el trabajo, las “distracciones de dopamina”, las notificaciones, los correos electrónicos y las alertas hacen que sea más difícil concentrarse o hacer un trabajo real. Muchos de nosotros estamos programados para creer que “más” es la respuesta a todo. Más éxito, más experiencias, más cosas: se supone que todo esto nos hace felices. Pero la dopamina nos engaña haciéndonos pensar que más es lo que nos llenará. Y ahí es donde las cosas se complican.

Queremos más, pero la línea de meta sigue avanzando. La dopamina es como ese amigo que siempre te convence de quedarte fuera a tomar una copa más, pero nunca te diviertes tanto como crees.

En lo personal estoy intentando romper con la dopamina, o al menos redefinir mi relación con ella. No quiero que me controle esa necesidad constante de más. Quiero sentirme satisfecho con lo que tengo en lugar de estar siempre buscando lo siguiente. 

El primer paso con mi ruptura es la conciencia. Necesito darme cuenta de cuándo estoy navegando sin pensar o buscando una dosis rápida de dopamina. Una vez que soy consciente, puedo hacer una pausa y repensar mi reacción inconsciente. No es fácil, pero es un comienzo.

También estoy tratando de reemplazar esos hábitos impulsados por la dopamina por otros más conscientes. Empecé a establecer límites con mis dispositivos: apago todas las notificaciones y guardo mi teléfono fuera de la vista cuando necesito hacer cosas. En lugar de buscar mi teléfono cuando estoy aburrido, me concentro en un tiempo de relajación escuchando música y preparando el próximo escrito. 

A veces salgo a caminar o leo un libro. Cuando me concentro en esas cosas, no siento esa atracción constante de querer más de lo que no necesito para sentirme realizado. No puedo deshacerme del deseo por completo, pero puedo ser más intencional en cuanto a cómo dedico mi atención. Quiero concentrarme en las cosas que aportan un valor real a mi vida. El objetivo es dejar de pensar en la próxima recompensa temporal.

Seguiré teniendo objetivos, pero estoy tratando de disfrutar el proceso de trabajar para alcanzarlos en lugar de centrarme solo en la recompensa al final. Ya sea que se trate de aprender una nueva habilidad, estar más saludable o trabajar en un proyecto, trato de encontrar satisfacción en el trabajo diario, no solo en la dosis de dopamina que recibo cuando finalmente alcanzo la meta.

Lo que tengo frente a mí tiene más valor que esperar una dosis de dopamina. Ya sea pasar tiempo con mi familia, disfrutar de un pasatiempo o estar en silencio por un momento, estoy aprendiendo a apreciar el ahora, no lo que viene después. La dopamina no es necesariamente mala. También nos impulsa a hacer cosas, lograr, explorar o invertir en nuevas experiencias. Pero cuando comienza a gobernar nuestras vidas y nos mantiene atrapados en un ciclo de querer siempre más, necesitamos dar un paso atrás y reevaluar.

Romper con la dopamina tiene que ver con encontrar el equilibrio. Es controlar mis deseos en lugar de dejar que me controlen a mí. Romper con la dopamina también significa alejarse de los subidones superficiales y concentrarse más en la satisfacción o las conexiones reales, las que no brindan gratificación instantánea, sino que brindan satisfacción a largo plazo con el tiempo. No será fácil. La dopamina contraatacará.

Pero estoy decidido a recuperar el control de mi vida. Tengo que ser más consciente de mis factores desencadenantes. Una vez que sepa qué es lo que me desencadena, puedo empezar a evitarlos o encontrar formas más saludables de satisfacer mis necesidades.

Puedes proteger tu concentración creando hábitos y sistemas, o puedes permanecer desprevenido y dejar que alguien te distraiga de las cosas importantes que deberías estar haciendo con tu tiempo. Creo que adelantarme a esta poderosa sustancia química es la forma de vivir una vida más feliz, más saludable y más plena. La dopamina puede hacerte feliz o destruirte.

Mi gratitud por leer y que tengas un día maravilloso

Patricio Varsariah.