Pienso en cada mañana, que me despierto, y me recuerdo a mí mismo esa simple verdad para apreciar más la vida que es un “privilegio precioso”. Comprendo que estar vivo es más que simplemente existir. La vida es absurda y hermosa a la vez. Cada mañana, abro los ojos a ese misterio.

Cuando te levantes por la mañana, piensa en el preciado privilegio que es estar vivo: respirar, pensar, disfrutar, y amar. El simple acto de despertar es un milagro. Es algo que hago todos los días sin pensar. Mi cuerpo, mi mente y mi respiración se alinean para otro día. Cada uno de ellos es frágil. El corazón late sin mi control, los pulmones se expanden sin que yo se lo pida.

Estoy vivo porque mi cuerpo realiza un milagro cada segundo. Esto es como un recordatorio de humildad. Controlo muy poco, pero aquí estoy, sostenida por fuerzas mucho más grandes que yo.

Respiro, pienso, siento, amo. Son pequeños milagros que damos por sentados. Imagínate la alternativa: no respirar, no pensar, no experimentar amor ni alegría. Esa podría ser la realidad cualquier día. Sin embargo, hoy vivo. Respiro oxígeno, llenando mis pulmones con algo invisible pero esencial. La respiración me conecta con la vida. 

En algunas culturas, la respiración simboliza el espíritu, también la ven como una fuente de energía. Al respirar, me conecto con esa fuente. Es la vida misma, que entra y sale de mi cuerpo con cada respiración.

Luego está la mente. Este don del pensamiento es a la vez una responsabilidad y un privilegio. Con el pensamiento, creo mi perspectiva de la vida. Cómo veo el mundo define cómo vivo en él. Mis pensamientos se convierten en mi realidad. Mi capacidad de pensar es la base de lo que soy. A través del pensamiento, experimento alegría, tristeza, curiosidad y asombro. Ese proceso crea una vida interior compleja. Sin el pensamiento, estaría vivo, pero no viviría verdaderamente.

El disfrute puede significar cualquier cosa, pero incluso los placeres más pequeños importan. Mis favoritos son escribir, además el tiempo de calidad con la familia, un paseo tranquilo por la naturaleza, hacer en casa un trabajo que garantice la fluidez y las buenas conversaciones con mis amigos.

Elijo mi propio ritmo. Disminuyo el ritmo para apreciar cada día. Estas experiencias aumentan mi apreciación por los detalles de la vida. Encuentro significado en las cosas pequeñas. No necesito perseguir máximos extremos. La alegría ya existe en el presente, esperando que la note. La gratitud y el aprecio me llevan por el buen camino de menor resistencia. De esa manera fluyo mejor en la vida.

Y luego está el amor. Amar y sentirse amado es una de las mejores experiencias que conozco. El amor es más que emoción. Aporta conexión, propósito y significado. Me vincula a los demás, construyendo relaciones que definen quién soy. En el amor, veo algo más grande que yo. En el amor, encuentro propósito y significado.

Valoro el amor no como un apego, sino como una conexión, considero el amor como algo esencial. El amor, como la respiración, me mantiene vivo de más de una manera. No es la muerte lo que un hombre debería temer, sino el no empezar nunca a vivir. 

Al pensar en estas cosas —la respiración, el pensamiento, la alegría, el amor— veo la vida de la siguiente manera. Está en cada respiración, cada pensamiento, cada pequeña alegría, cada acto de amor. Se que la vida diaria está llena de razones para sentirse agradecido. Paso de la carencia a la abundancia, de la preocupación al asombro. La gratitud, entonces, se convierte en una práctica, no en un sentimiento. Practico el darme cuenta.

Practico estar presente y valorar lo ordinario. Incluso en los días difíciles, recuerdo de que la vida es un “privilegio precioso”. La vida tendrá sufrimiento. Es inevitable. Pero la gratitud no ignora el sufrimiento; lo equilibra. El dolor existe, y también la belleza. El miedo existe, y también el coraje. Mantener estas verdades juntas significa que vivo con urgencia, pero también con agradecimiento. 

La fragilidad de la vida no la vuelve triste. La vuelve sagrada. No tengo la eternidad, pero tengo el hoy. Tengo este aliento, este pensamiento, este sentimiento, esta oportunidad de vivir. Eso es todo lo que necesito para sentirme vivo. Y eso es todo.

Esto consciente que la vida es breve, y en esa brevedad está la rara sabiduría de la vida: vivir ahora. Olvidamos lo extraordinario que es simplemente estar aquí. Vivir cada día como si pudiera ser el último no es pesimismo: es la libertad de vivir sin reservas. Significa que valoro plenamente el hoy.

Una vez que comienzas a hacer un esfuerzo por ‘despertarte’, es decir, ser más consciente de tus actividades, de repente comienzas a apreciar la vida mucho más, porque la vida no me debe nada. 

Pero cada mañana tengo otro día para vivir mi mejor vida. Me despierto no con expectativas sino con agradecimiento. Veo esto como un privilegio poco común: vivir con conciencia. Vivo como si cada día fuera sagrado porque, en verdad, lo es. Cada respiración es preciosa. Cada pensamiento, único. Cada sentimiento, vivo. Cada oportunidad de amar de nuevo, un regalo. Esa simple conciencia cambia mi forma de vivir.

La vida deja de ser algo que apuro para convertirse en algo que debo valorar, una mañana a la vez.

Mi gratitud por leer y que tengas un día maravilloso.

Patricio Varsariah.