La vida son círculos con inicio y fin. Unas veces arriba otras abajo, pero siempre en movimiento y las casualidades igual que vienen… se van. Y que en la vida unas veces se gana y otras… se aprende, que es necesario disponer de un tiempo ajeno a todo(s) para escucharme. Para cuidarme. Para despertar por mi mismo, por que las situaciones, con perspectiva, se ven de otra manera. Si te alejas, todo se ve más pequeño… si te acercas, las cosas se amplifican y se ven más grandes. Y es que, a veces, estamos tan cerca de las cosas que no somos capaces de verlas con nitidez. Aprendí a acercarme y a alejarme. Por momentos y para siempre.

Todas las situaciones, por muy duras que desfilen ante nuestros ojos aparecen para algo. Yo, responsable de todas mis acciones, decido si aprender, dejarlo pasar, o taparme los ojos, a confiar y desconfiar. A ver lobos con piel de cordero. Corderos con piel de lobo. Y personas que se dejan la piel por mí, a relativizar las emociones con razón. Y las razones con emociones. A dosificar la aceptación incondicional y regalármela a mi mismo. A elevar a su máxima potencia la responsabilidad y coherencia en mi mismo, a pesar de todo(s).

Que no existen verdades absolutas. Mi verdad, no es tu verdad. Ni nuestra verdad es incondicional. 
Aprendí a adaptar un concepto equidistante entre la verdad y la mentira, que después de la tormenta… viene la calma. Y sino, un respiro de aire fresco que nos permita caminar. Aprendí a regalar mi ausencia a quien no valora mi presencia. A respetar mis ritmos, cadencias y bloqueos. Y a empezar de nuevo que no de cero, por que hay caminos que son necesarios recorrer para descubrir a dónde nos llevan. Y a encontrar extravíos, atajos y zancadillas. Todos ellos forman parte del camino y, por ende, son necesarios. 

Con los años he aprendido a tomarme los miedos a la ligera para que no pesaran tanto porque uno siempre sale adelante aunque le cueste su tiempo. Paciencia, silencio y respeto, he aprendido a amar de manera incondicional. A echar de menos, a echar de más… y, sencillamente, a echar y desechar. A aceptar y a (con)vivir con ello.

Que todas las personas llegan a tu vida por algo: unas, vienen para quedarse. Otras para, una vez cumplida su misión, irremediablemente, salir de ella. En estos casos, recurrí a lazos de libertad para envolver la esencia y no la presencia, y nunca hay que dejar de intentarlo. Nadie dijo que las metas se logren a la primera, ni que el hecho de no lograr tu objetivo en el primer intento signifique que nunca lo conseguirás. Si no sale saldrá. Y sino, improvisa un plan, que es imposible ganar sin jugar, ni llegar sin arriesgarse. Que no hay viento favorable para quien no sabe a dónde va y a guardar la calma en fragor de la tormenta. Y toda esta teoría, llevarla a la práctica.

He aprendido que la vida no espera por nadie y a veces, te soluciona los problemas sin pedirte nada a cambio. Te empuja amablemente por la espalda y te invita a vivir. Porque aún queda mucho hacer. Porque cada día cuenta.

Saludos.
 Patricio Varsariah.